EL CRÁTILO DE PLATON
La cuestión que motiva el diálogo platónico del Crátilo es bien conocida y no se agotó con la discusión que en él se mantiene, sino que ha perdurado a lo largo de los siglo. En la introducción de la obra se establece el punto sobre el que girará la controversia: para Crátilo, los nombres se corresponden por naturaleza con “exactitud” con cada uno de los seres que designan . Su interlocutor, Hermógenes cree, por el contrario, que la relación entre el nombre y la cosa es producto del consenso y de la convención entre los hombres. Para llegar a alguna conclusión entre estas dos posiciones antagónicas, interviene Sócrates. En un principio, Sócrates parece refutar la posición “convencionalista” de Hermógenes ofreciendo un centenar de etimologías sobre el significado de los nombres de los dioses y otros más comunes, con la intención de demostrar que, en efecto, los nombres contienen y manifiestan la esencia natural de las cosas. Sin embargo, el tono irónico en el que se enmarcan sus explicaciones despierta pronto la sospecha sobre si Sócrates estaba defendiendo con seriedad la teoría naturalista. El desarrollo del diálogo acaba demostrando que lo que en realidad Sócrates se propuso fue poner en evidencia las limitaciones de esa concepción etimológica.
Como una advertencia previa a esta declaración hay que interpretar la insistencia de Sócrates en dejar claro que su interés por las etimologías es algo repentino, “una sabiduría que me ha sobrevenido de repente, no sé de dónde”. Ante tamaña confesión y frente a la larga sarta de etimologías improvisadas, Hermógenes insiste en que “como los poseídos por un dios recitas, de repente, oráculos”. Sócrates acaba reconociendo que lo que está haciendo es algo momentáneo y espúreo, válido tan sólo para hoy, pero “que mañana conjuraremos y purificaremos”. El tono sigue siendo altamente irónico y pretende advertir de la escasa importancia que Sócrates concedía al método etimológico excusándose en el hecho de que era para él algo inusual y sobrevenido debido a una inspiración divina repentina. En definitiva, Sócrates concluyó su larga exposición etimológica reconociendo algo que puede decepcionar a más de un estudioso: que su aparente aplicación e interés en ofrecer etimologías “naturalistas” no era más que un recurso irónico, una broma, para refutar aquello que, en un principio, había parecido querer defender: que los nombres poseen por naturaleza rasgos inherentes a la esencia de las cosas que describen. En otras palabras, si bien puede ser cierto que Platón tuvo in mente en su refutación a todos aquellos que, ya fuesen poetas, filósofos o sofistas, concedían un valor fundamental al conocimiento que se podía adquirir mediante el análisis etimológico, no lo es menos que, entre ellos, debe incluirse también a los seguidores de Orfeo.
El Crátilo no es el único diálogo platónico que trata el problema del lenguaje, pero sí es el único que trata el lenguaje como problema. Ahora bien, lo mismo que en los otros diálogos en que, de alguna forma, se plantea el tema (especialmente, en Eutidemo, Teeteto y Sofista), el lenguaje como tal no es el verdadero objeto del debate, sino una excusa de Platón para sentar su propia epistemología y -en último término- su propia ontología.
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